Los talibanes regresaron al poder hace un año en Afganistán tras dos décadas de ocupación liderada por Estados Unidos, aniversario que recuerda la "muerte social" para las mujeres, desprovistas de sus derechos fundamentales, y la profundización de la "peor crisis humanitaria del mundo" con un colapso financiero, económico y un alto nivel pobreza que llevó a muchas familias a vender a sus hijos u órganos para sobrevivir.
El 15 de agosto de 2021 los islamistas capturaron Kabul, tras una campaña en la que reconquistaron gran parte del territorio de forma rápida ante el retiro de las fuerzas de Washington y sus aliados, y les permitió controlar las riendas del país que habían gobernado entre 1996 y 2001.
Esto inició una acelerada evacuación de civiles y fuerzas militares extranjeras, como también de miles de afganos, que tuvo como epicentro el aeropuerto de la capital, escenario del caos y la desesperación, que se incrementaron cuando el 26 de agosto un ataque suicida reivindicado por la rama local del Estado Islámico, enemigo de los talibanes, mató a más de 100 personas.
Tras la salida de Estados Unidos y sus aliados, responsables de deponer al anterior gobierno islamista afgano al responsabilizarlo de refugiar a líderes de Al Qaeda, autor de los atentados del 11 de septiembre de 2001, los talibanes aseguraron en su regreso al poder que iban a abandonar sus métodos represivos y respetar los derechos de las mujeres.
Lejos de cumplir con esa promesa, realizada con el objetivo de apelar a que Occidente no congele sus reservas ni suspenda la ayuda humanitaria, el nuevo gobierno de facto se compuso por figuras de la línea más dura del movimiento, sin mujeres, y con la reinstauración del Ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio encargado de imponer su interpretación ortodoxa de la ley islámica.
Más allá de algunos contactos diplomáticos entre los talibanes y representantes de Estados Unidos y Europa en Oslo, la falta de asistencia hundió a Afganistán en una crisis económica, financiera y humanitaria.
"A más de 35 millones de afganos se les niegan los derechos humanos fundamentales. Es la peor crisis humanitaria del mundo. Según varios informes, más del 95% de la población vive en la pobreza y la desnutrición se disparó en todo el país", indicó Ferdouse Asefi, sociólogo, estudiante de doctorado en la Universidad de Toronto e investigador sobre la diáspora afgano-canadiense.
"El sistema sanitario y bancario está colapsado. Millones de afganos no cobran ni tienen un salario. Esto hace que las familias no puedan comprar alimentos. Millones de niños se enfrentan al hambre y algunas familias vendieron sus órganos o sus hijos debido a la inanición y la falta de trabajo. Hay falta de acceso a agua, alimentos y refugio", resumió el académico, segunda generación de inmigrantes afganos en el país norteamericano.
La Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) publicó hace dos meses un informe en el que cuantifica asesinatos extrajudiciales, arrestos arbitrarios, casos de tortura, represión de protestas disidentes y coacción a la libertad de prensa desde el 15 de agosto pasado.
Ese trabajo destaca además la "erosión de los derechos de las mujeres", con restricciones en el acceso a la educación (tienen vetado el colegio secundario), trabajo, transporte, justicia y a otros aspectos de la vida pública, además de imponer que deben usar niqab para cubrir sus rostros en público.
La reconquista de los talibanes "representó la muerte social" de las mujeres, afirmó a esta agencia Victoria Fontan, vicepresidenta de Asuntos Académicos de la Universidad Americana de Afganistán (AUAF), quien tras vivir tres años en el país tuvo que abandonarlo con la vuelta al poder de los islamistas, que ocuparon el campus de la casa de estudios en Kabul.
"En agosto del año pasado enviaron a sus casas a las mujeres que trabajaban en el sector público y privado. A las que lo hacían en los bancos se les dijo 'vayan a casa y si hay un miembro masculino de tu familia capaz de ocupar tu lugar, envíenlo y mantendrá a la familia en lugar tuyo'", agregó la académica francesa, que continúa su labor universitaria en línea con 300 alumnos a punto de comenzar la cursada, de los cuales 200 son mujeres.
Por todas estas situaciones y más allá de los diálogos diplomáticos, la comunidad internacional se negó a reconocer al gobierno talibán, aunque no son pocas las voces que piden una mayor presión para que haya cambios reales en Afganistán.
"En este último año de ocupación talibán la comunidad internacional no hizo lo suficiente. A las niñas se les prohíbe ir a las escuelas secundarias, los periodistas siguen siendo detenidos arbitrariamente, no hay amnistía para los antiguos miembros del ejército o de las fuerzas de seguridad y la crisis humanitaria empeora cada día", indicó Asefi, que también pidió a los países a "agilizar los pedidos" de asilo de los refugiados afganos.
La muerte del líder de Al Qaeda Ayman Al Zawahiri en Kabul a principios de mes en una operación de Estados Unidos volvió además a despertar sospechas sobre el compromiso talibán de cortar lazos con grupos extremistas.
En ese sentido, Asefi indicó que "no es creíble" que los islamistas no supieran de la presencia del jefe de Al Qaeda en el país, tal como aseguraron, y manifestó que "Afganistán parece ser de nuevo un puerto seguro para los grupos extremistas".
Consultado sobre cómo repercutirá la muerte de Al Zawahiri, afirmó que "ya sea que traiga un mayor aislamiento de Occidente, va a ser el pueblo afgano el que sufrirá y esto tendrá consecuencias por generaciones".
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