Polly Samson es escritora y periodista. Pareciera que su destino no podía estar alejado del mundo escrito. Padre, madre, padrastro y sus primeras parejas pertenecieron al mundo de la literatura y del periodismo. Ella publicó cuentos, ensayos y varias novelas exitosas. La última, A Theater For Dreamers, publicada hace casi tres años, trepó hasta el segundo lugar entre los libros más vendidos en Inglaterra. Quizá su tarea más difundida sea la de letrista de rock, no necesariamente por la brillantez de sus versos sino por quien grabó y toca esas canciones: Samson se convirtió en la letrista de Pink Floyd desde la salida de Roger Waters del grupo. Y también cubrió ese rol en los trabajos solistas de David Gilmour. La relación con el guitarrista no es sólo profesional: están casados hace casi tres décadas y tienen cuatro hijos (uno de ellos es hijo biológico de Samson y fue adoptado por Gilmour apenas contrajeron matrimonio).
Hace pocas horas, Samson consiguió su mayor éxito como escritora. No fue ni un libro, ni una canción. Necesitó bastante menos caracteres para provocar que todos los medios del mundo hablaran de ella, de su marido y del blanco de su ataque. Y para que el texto ya tenga más de 8 millones de lectores. Con un tuit se convirtió en tendencia en las redes sociales y desató una nueva tormenta, una nueva batalla que no parece haber terminado, de una guerra extensa y cruenta, tal vez la más larga del rock & roll: la de Pink Floyd.
En los últimos días Roger Waters dio una entrevista al sitio alemán Berliner Zeitung. Habló, como siempre, sin ambages, disparando certezas, poniéndose decididamente de un bando en temas conflictivos y ásperos. Muchas veces sus declaraciones son un catálogo de frases hechas del peor progresismo, el que apoya de manera automática una postura ideológica, y que no duda en defender dictadores si quedaron de su lado de la barrera ideológica y proferir dichos discriminatorios de variada especie a los del otro bando. Un resumen de esta última intervención pública: acusó a Israel (hasta lo comparó con los nazis), criticó a Ucrania, defendió a Putin y llegó a afirmar que la actual guerra sólo es culpa de Estados Unidos, la Otan y Zelensky. También criticó a sus ex compañeros de banda. Pink Floyd, comandado por David Gilmour, editó el año pasado Hey Hey Rise Up, su primera canción nueva en 28 años. Movilizado por las imágenes de los ciudadanos ucranianos (algunos de ellos músicos) convertidos en soldados y porque sus nietos son mitad ucranianos (su nuera nació en ese país), compuso con su esposa la canción y convocó a Nick Mason al estudio. En el momento del lanzamiento, Gilmour declaró: “Tengo una gran plataforma en la que Pink Floyd ha trabajado durante todos estos años. Es realmente difícil y frustrante ver este ataque extraordinariamente loco e injusto por parte de una gran potencia contra una nación independiente, pacífica y democrática. La frustración de ver eso y pensar ‘¿qué diablos puedo hacer?’ es algo insoportable”. La respuesta de Waters fue que el de Gilmour y compañía fue un acto carente de humanidad, que sólo fomentaba la guerra.
Después de las recientes declaraciones de Waters, Polly Samson publicó un tuit que no admite doble lecturas, ni requiere mayor exégesis: “Roger Waters, lamentablemente, sos antisemita hasta la médula. También apologista de Putin. Y un mentiroso, ladrón, hipócrita, evasor, hacés playback, misógino, enfermo de envidia y megalómano. Basta de sinsentidos”.
Primero fue un tímido like. Hasta allí a varios les había pasado desapercibido quién era la autora del tuit. David Gilmour sintió que debía apoyar con más contundencia a su vehemente esposa. Entonces retuiteó el mensaje y escribió sobre él: “Todo es absolutamente cierto”. Waters por el momento respondió con una placa en sus redes sociales, un comunicado impersonal escrito por algún empleado que dice: “Roger Waters está al tanto de los comentarios incendiarios y tremendamente inexactos que Polly Samson hizo sobre él en Twitter y los refuta completamente. Ahora escucha consejos sobre las medidas a tomar”.
Tal vez se trate de la pelea más añeja y virulenta del mundo de la música, un terreno propenso a las enemistades, en el que viejas lealtades se disuelven en un coro de agravios públicos e irreparables.
Egos desmesurados, muchas sustancias, la presión de la fama, grandes cifras involucradas y hasta algún tema amoroso. Los egos gigantes corroen la amistad, la camaradería, el espíritu creativo y hasta la posibilidad de hacer buenos negocios.
De todos los enfrentamientos entre miembros de una misma banda, la de Pink Floyd fue la más cruenta y extensa. Tan extensa que todavía continúa, que siempre presenta una batalla más. Y a nadie le pueden quedar dudas de que este cruce de declaraciones intencionadas de Waters con el tuit contundente de Samson no será el último choque. Los años, la vejez, no les trajo serenidad ni sabiduría. Ni siquiera aplacó enojos antiguos. Lo peor (o lo mejor, podría pensar un voyeur que se siente en un exclusivo ringside) entre Waters y Gilmour siempre está por venir.