Contando entre diferentes etapas de su vida, Aitor Luongo tiene más de diez años de experiencia como atleta. Es, específicamente, corredor. Su especialidad son las pruebas de 5 y 10 kilómetros, esta última su distancia favorita. Solo tres veces en su vida corrió distancias mayores: las tres ocasiones fueron 44 kilómetros, en homenaje a las víctimas del submarino Ara San Juan, a sus “camaradas”.
Luongo, más conocido como Yayo, tiene 31 años y vive en la ciudad de Paraná, Entre Ríos. Integrante de una familia de militares, es miembro del Ejército Argentino: presta servicio como cabo en la banda musical del Liceo Militar General Belgrano de la provincia de Santa Fe. Es el encargado de ejecutar el trombón.
Desde chico Luongo es afín a la práctica deportiva. A los 9 años empezó a incursionar en el atletismo, particularmente en pruebas pedestres de velocidad. Llegó a participar en campeonatos provinciales y nacionales. Dejó la práctica a los 18, cuando se incorporó como voluntario a la fuerza.
Con el tiempo retomó la actividad pero solo por unos meses ya que 2013 lo afecto una trombosis cerebral y meningitis aguda . Por entonces el cabo vivia en BS AS y cumplia funciones en Campo de Mayo.
Según recuerda, comenzó sintiendo un fuerte dolor de cabeza. Pensó que era algo pasajero pero muy por el contrario, con el correr de las horas el mal se intensificó, hasta que al tercer día su cuerpo no pudo más y se desvaneció. Desde allí no recuerda más nada. Los siguientes 75 días los pasó internado en coma. A raíz de la gravedad de su cuadro, lo trasladaron del centro de atención médica del destacamento en Campo de Mayo al Hospital Argerich.
“Los médicos no se explicaban por qué me pasó, ya que generalmente le sucede a personas mayores de 50, 60 años”, cuenta en diálogo telefónico con Infobae. Luongo cree que un causante fueron “los nervios y el sufrimiento” de no poder ver a su hijo Giovanni, de 9 años y que vive en Oberá, Misiones, debido a un conflicto familiar que mantiene desde hace años con su ex pareja.
Mientras estaba inconsciente sus padres que viajaron desde Parana para acompañarlo recibian solo noticias desfavorables, los medicos les decian que era posible que no pudiera volver a caminar. Yayo tenia 25 años y su futuro era total incertidumbre.
Los peores pronósticos finalmente no sucedieron, en parte por la condición física del joven. No obstante, la recuperación fue lenta: desde que salió del hospital hasta que volvió a trotar de nuevo pasaron nueve meses.
Luongo quedó con heparesia (disminución de la fuerza motora que afecta a una mitad del cuerpo) del lado izquierdo. No podía hablar y se movía con muchas limitaciones. Eso le daba rabia, tanto que se negaba a realizar la rehabilitación indicada: “Tenía depresión porque quería hacer todo solo y rápido pero no podía”. Aferrado a esa postura, intentaba recomponerse por sí mismo, a escondidas de sus familiares: “Me encerraba en mi habitación y me ponía a hacer ejercicios sin que nadie me viera”, recuerda.
A los cuatro meses volvió a tener control de su cuerpo. Tiempo después, Aitor empezó a trotar pensando en volver a correr. Los médicos no se lo aconsejaban: le decían que eso “podía hacer presión en la cabeza y era peligroso” : de 65 kg habia pasado a pesar 105 kg.
Él igualmente quiso retomar la rutina previa a la trombosis como si nada hubiese pasado. No fue buena idea: “Me escapé de mi casa, me fui solo y empecé a correr, pero me equivoqué porque lo quise hacer con la misma intensidad que corría antes de la enfermedad y al final las piernas se me debilitaron y terminé internado”.
Durante esa larga etapa de recuperación se hizo una promesa: completar una maratón.
Era mediados de 2017 y Luongo había retomado los entrenamientos con normalidad, regulados, sin exigirse demasiado. Hacía pasadas de un kilómetro, preparación acorde para correr pruebas de 5K.
El 15 de noviembre del mismo año, a las 7:30 de la mañana, se registró el último contacto del submarino Ara San Juan con la Base Naval Mar del Plata. La embarcación fue encontrada un año más tarde.
Luongo dice que los miembros de las fuerzas armadas son como “una familia” y que por eso sintió de manera especial la pérdida de las 44 víctimas que tripulaban el Ara San Juan. Conocía a una de ellos: con Eliana Krawczyk, la jefa de operaciones del submarino, había coincidido en Oberá.
En consecuencia, “por agradecimiento a mi recuperación y en homenaje a ellos decidí correr la maratón”, con la salvedad de que sean 44 los kilómetros, en vez de los tradicionales 42,195 kilómetros.
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