La noche del 3 de mayo de 2007 fue cuando desapareció misteriosamente Madeleine McCann, la niña de 3 años, que vacacionaba con sus padres en el complejo turístico Ocean Club, en Praia da Luz, un balneario del sur de Portugal. El caso de la niña británica, aún sin resolver, se transformó en el más famoso de desaparición de un menor en el mundo.
Kate y Gerry, un matrimonio de médicos británicos, también tienen a los mellizos Sean y Amelie.
De inmediato dio lugar a una campaña publicitaria sin precedentes para encontrar a esa nena rubia de 90 centímetros de altura con una seña particular distintiva: el ojo izquierdo azul verdoso y el derecho verde con una mancha marrón en el iris.
Por información que permitiera encontrarla se ofreció una importante recompensa, que incluyó las contribuciones de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, el magnate del pop Simon Cowell y el empresario Richard Branson. También famosos futbolistas como David Beckham y Cristiano Ronaldo pidieron ayuda para localizarla.
En los quince años transcurridos, desde entonces, la investigación sobre el paradero de Madeleine McCann y la búsqueda de sus autores comprometió a las policías portuguesa, británica y de varios países europeos, llevó a interrogar a más de 600 personas, tuvo cuatro sospechosos que fueron descartados por falta de pruebas, e incluso puso en la mira a los propios padres de la niña como posibles responsables o encubridores de su supuesta muerte.
Faltaban nueve días para que Maddie cumpliera 4 años cuando desapareció. La familia los festejaría en su casa de Leicester, Inglaterra, donde tenía previsto volver dos días después de la fatídica noche del 3 de mayo.
El día transcurrió como cualquier otra jornada de vacaciones. De esa tarde, exactamente a las 2.29, data la última foto de Madeleine. Kate la tomó con su cámara enfocando a Gerry, Amelie y Maddie sentados en el borde de la pileta del complejo. Se la ve con un vestido rosa y gorro blanco.
Estuvieron un rato jugando en el agua y después, para pasar un rato solos, los padres llevaron a los tres chicos al Kid’s Club, donde los dejaron a cargo de los cuidadores. A las seis de la tarde, Kate los fue a buscar y los llevó al departamento para bañarlos antes de cenar, mientras Gerry iba a una clase de tenis.
El padre volvió poco después de las siete, cuando los chicos ya habían comido y estaban por acostarse. Cansados por las actividades del día, los tres se durmieron pronto. Madeleine vestía un pijama rosa y blanco de mangas cortas.
Con los chicos en sus camas, Kate y Gerry se bañaron y se vistieron para ir a comer al restaurante del complejo, donde se habían citado a las ocho y media con unos amigos. Antes de salir, dirían después, se asomaron al dormitorio de los chicos. Todo estaba bien. Pasadas las nueve, Gerry caminó desde el restaurante hasta el departamento y vio que seguían dormidos.
Cuando, poco antes de las diez, Kate volvió a hacerlo, Madeleine había desaparecido.
Búsqueda desesperada
La desaparición de Maddie revolucionó a todo el complejo. Poco después de las diez de la noche, el encargado llamó a la policía de Praia da Luz, mientras que el personal y los huéspedes buscaban a la nena por todas partes.
La policía reaccionó con rapidez: una hora después de la denuncia notificó a Interpol y se ordenó cerrar la frontera con España y cerrar los aeropuertos portugueses y españoles. También se requisaron las grabaciones de las cámaras de seguridad del complejo para analizarlas.
Gerry y Kate fueron los primeros en ser interrogados. Gerry dijo que había visto a los chicos durmiendo alrededor de las nueve y media de la noche, Kate contó la escena -con la ventana del dormitorio abierto y Maddie desaparecida- que encontró poco antes de las diez.
Sus declaraciones comenzaron a despertar dudas cuando se las confrontó con las de los amigos que estaban comiendo con ellos en Tapa’s. Los horarios no coincidían aunque, claro, nadie había mirado el reloj para registrar las horas exactas en las que Kate y Gerry se levantaron de la mesa para ir a ver a sus hijos.
Al día siguiente se realizó una búsqueda intensiva con perros rastreadores por los alrededores del complejo, pero el resultado fue nulo. También se examinaron las fotos tomadas por los turistas alojados en el complejo para tratar de identificar sospechosos.
La grabación de una cámara de seguridad dio una posible pista. Se veía a un hombre -imposible de identificar- cargando un bulto que bien podía ser Maddie, dormida o quizás muerta.
Para entonces, los medios portugueses informaban que la policía tenía dos hipótesis: un secuestro por una red internacional de pedofilia o un secuestro por una red ilegal de adopción.
Los primeros sospechosos
Once días después de la desaparición de Madeleine, la policía realizó un inmenso operativo en “Casa Liliana”, una vivienda ubicada a unos cien metros del Ocean Club, propiedad de la ciudadana británica Jennifer Murat.
El caso dio un giro espectacular, con todos los ingredientes para una novela policial. El sospechoso, Robert Murat, hijo de Jennifer, había colaborado hasta ese momento con la policía en su calidad de traductor del inglés, en los interrogatorios a los testigos que no hablaban portugués. Fueron precisamente algunos de esos testigos los que dijeron que habían visto a Murat dando vueltas cerca del Ocean Club la noche de los hechos.
La policía le requisó la computadora y se llevó libros y papeles para ver si encontraba alguna pista, pero no se conformó con eso: registró toda la casa con sensores especiales para detectar la posible presencia de un cadáver enterrado y al no lograr nada puso manos a la obra y levantó prácticamente todo el jardín.
Casi al mismo tiempo interrogaron a Sergey Malinka, un ruso de 22 años que había intercambiado varias comunicaciones telefónicas con Murat en los últimos días. Le secuestraron la computadora y dos discos duros y le tomaron declaración durante casi cinco horas, hasta que comprobaron que las comunicaciones de debían a que el joven ruso le estaba armando una página web a Murat.
El sospechoso principal no tuvo tanta suerte. Lo golpearon durante los interrogatorios para que confesara, pero se mantuvo firme a pesar de los aprietes. No había nada que lo vinculara con el caso, salvo las inciertas declaraciones de los testigos.
La policía lo descartó como sospechoso, pero a esa altura los medios portugueses ya lo daban por culpable. Les costó caro: en julio de 2008 Murat logró una indemnización colectiva de 715.000 euros de los 11 diarios que lo difamaron.
HASTA LOS PADRES EN LA MIRA
La investigación portuguesa, que dirigía el inspector de la Policía Judicial Gonçalo Amaral, se enfocó entonces sobre Kate y Gerry McCann, a quienes declaró arguidos (sospechosos) en el caso.
La teoría del policía era que los padres habían matado accidentalmente a su hija y luego hicieron desaparecer el cadáver. Se basaba en una serie de “pruebas” no del todo comprobables o posibles de relacionar con el delito del que los acusaba: el rastro de un somnífero en un cabello de Madeleine encontrado en el auto de los McCann, la imagen borrosa de una cámara de seguridad que mostraba a un hombre transportando un bulto que podía ser el cuerpo de la niña, las contradicciones sobre los horarios en las declaraciones y el hecho que los hermanitos de Maddie no se hubieran despertado esa noche a pesar del supuesto “secuestro” y el alboroto posterior.
Según Amaral, para evitar que los chicos lloraran en su ausencia – como la noche anterior a la desaparición – los médicos Kate y Gerry les suministraron somníferos la noche del 3 de mayo en una dosis que Madeleine no pudo soportar y le causó la muerte. Al ver a la nena muerta, para no enfrentar la acusación de homicidio, decidieron hacer desaparecer el cadáver (lo pretendió probar con la grabación de la cámara de seguridad) y luego denunciar un secuestro para desviar las sospechas.
No pudo probar nada, pero para entonces los McCann -como en el caso de Murat- estaban en los titulares de los medios acusados de filicidas.
El caso contra ellos se cerró y Amaral debió renunciar a la Policía Judicial. Quince años después, el inspector sigue sosteniendo su teoría e incluso publicó un libro donde insiste en la culpabilidad de Kate y Gerry.
¿CASO SIN SALIDA?
Durante casi quince años, Interpol y las policías portuguesa y británica recibieron centenares de denuncias y avisos de posibles “avistamientos” de Madeleine MacCann. Se la “vio” en varios países europeos y en dos africanos.
En julio de 2011, información sobre una niña de la India que se parecía Maddie -que, para entonces, debía tener 8 años- generó gran impacto en las redes sociales. Fue otra falsa alarma.
La policía portuguesa cerró la investigación, pero debió reabrirla por la presión de la prensa y de las autoridades británicas. También tuvo que entregar copias de todos sus archivos a los investigadores privados contratados por los padres de Madeleine, que continuaron siguiendo posibles pistas.
La Policía Metropolitana de Londres también siguió investigando el caso y montó la “Operación Grange”, publicó nuevos bocetos sobre posibles sospechosos e incluso investigó todos los delitos cometidos en las cercanías del Ocean Club en la época de la desaparición de Madeleine.
En marzo de 2014, los investigadores británicos informaron que estaban detrás de la pista de un hombre que agredió a jóvenes inglesas que pasaron vacaciones en Portugal en los años previos y posteriores a la desaparición de McCann. Otro callejón sin salida.
También Kate y Gerry publicaron un libro, Madeleine, donde contaron la búsqueda infructuosa de su hija, y Netflix produjo un documental que todavía se puede ver en la plataforma.
Pero la desaparición y la suerte corrida por Maggie siguieron envueltas en el más oscuro de los misterios.
APARECE OTRO SOSECHOSO
A 15 años de la desaparición de Madeleine McCann la investigación del caso volvió a tomar impulso sacando de las sombras del pasado a un viejo sospechoso que había sido descartado.
Se trata de Christian Brueckner, un ciudadano alemán que vivió entre 1995 y 2007 en el Algarve y estuvo cerca del complejo Ocean Club la noche que Maddie desapareció. Su presencia allí fue registrada por datos de su teléfono celular.
El nuevo-viejo sospechoso está actualmente en prisión en Kiel, al norte de Alemania, preso por abusos sexuales, agresiones físicas, robos y delitos menores. Se lo describe como “un psicópata carismático y un narcisista manipulador”.
Brueckner fue interrogado por la policía portuguesa en 2007, durante la primera investigación sobre la desaparición de Madeleine, pero no pudieron probarle nada. Por entonces no había cometido ninguno de los delitos por los que hoy está condenado en Alemania.
A fines de abril pasado, las autoridades portuguesas -que reabrieron una vez más el caso- solicitaron a Alemania la autorización para interrogarlo.
“Aunque la posibilidad sea mínima, no perdemos la esperanza de que Madeleine esté todavía viva y podamos reunirnos con ella”, escribieron al enterarse los padres de Maddie en su página web.
Tal vez -aunque hay pocas esperanzas- las respuestas de Brueckner, si es que decide darlas, permitan resolver el misterio de una desaparición que hoy cumple 15 años.
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