Alberto Fernández jura que no esperaba el llamado que provocó un tsunami en su Gobierno y que, sobre todo, terminó de derrumbar la idea de un proyecto político propio. Cuando Guzmán le contó que en esa misma jornada iba a hacer pública su renuncia, el Presidente se enojó. Mucho, bastante más que la furia que había tenido con otros funcionarios suyos con los que se cruzó y que se terminaron yendo del Gobierno. Para muestra, un botón: el díscipulo de Stiglitz fue el único de los 14 ministros que fueron dejando sus puestos, a lo largo de la gestión, a quien el Presidente no le agradeció ni mencionó cuando tomó la jura del eventual reemplazante.
Al momento de enterarse de la renuncia, el Presidente estaba en casa de su amigo Fabián De Sousa, el socio de Cristóbal López, que lo había invitado a almorzar. Cuando la conversación derivó hacia Guzmán, Alberto le dijo al anfitrión que venía de tener una pelea con el ministro. “Debe seguir enojado por la charla de ayer”, fue lo que le dijo, en forma premonitoria. Luego sonó su teléfono: era Guzmán que le comunicaba su decisión irreversible de irse.
Dicen que en esas primeras horas, el Presidente, también más que enfurecido con los misiles que le lanzaba CFK desde el acto en Ensenada -en el que, aunque él no lo quiso ver y lo seguía desde su celular, la vice le dedicó hirientes bromas y directamente le pidió que no vaya a buscar la reelección-, no atinaba a reaccionar. Que no entendía la gravedad de lo que estaba sucediendo, y por eso ni siquiera atinó a levantar la sobremesa con De Sousa. El peso de la realidad le cayó recién cuando volvió a la tarde-noche a la Quinta de Olivos.
Ese lugar había sido el escenario del último mano a mano -quizás el último en muchos años- entre Guzmán y Alberto. Ocurrió el jueves previo al bombazo, al mediodía. El entonces ministro, sin margen por la inflación galopante, que promete volver a subir por la masiva emisión que está haciendo el Banco Central (para comprar los bonos en pesos) junto a las estimaciones privadas, como las que hicieron las consultoras Consultatio, FmyA y 1816, en donde se estiman que se imprimieron un billón de pesos en los últimos 30 días, fueron con un pedido claro.
En verdad, se pareció más a un manotazo de ahogado: le pidió el control del Banco Central de su enemigo Miguel Pesce y la cartera de Energía, de sus también enemigos, Darío Martínez y Federico Basualdo. La respuesta del Presidente fue tan contundente como desoladora: “Martín, ¿te parece que estoy en condiciones de echar a Basualdo?”, en referencia al político K, cuyo intento de expulsión ya había ocasionado un tembladeral en la coalición en abril del 2021.
Hasta acá todas las versiones coinciden, pero difieren las conclusiones. El albertismo jura que jamás Guzmán dijo que esos pedidos eran condiciones para seguir, que nunca dijo que sin eso dejaría su cargo y mucho menos que lo haría dos días después. Dicen que tampoco antipicó su jugada en la charla telefónica que tuvieron Alberto y Guzmán el viernes a la noche.
Cerca del economista aseguran lo contrario. “Sin esto no puedo seguir”, dicen que le dijo el entonces funcionario. Debate para la historia, aunque hay algo que llama la atención: ¿por qué el platense pensaría que Alberto estaba ahora en condiciones de disponer de Energía, si cuando lo habían intentado en el pasado no lo pudieron conseguir? ¿Pensó que algo había cambiado o era la construcción de una excusa para su salida?
El hecho casi pendenciero de presentar la renuncia, en el mismo momento en que CFK arrancaba su discurso, da la cuenta de un político ya fuera de eje y cansado. “El poder me da tranquilidad”, era un lema que repetía Guzmán hasta días antes de su renuncia, una muestra de un estilo zen que tuvo pero que, como evidenció en su desplante, perdió en algún momento de la gestión.
El economista pasó gran parte del domingo y el lunes juntando sus cosas en el ministerio y ordenando la transición. Ese día fue su último en la cartera, en el que se despidió personalmente de cada uno de los empleados del quinto piso. Al día siguiente hicieron lo propio sus secretarios, que renunciaron junto con él. El miércoles fue el último en el que el guzmanismo pisó Economía: su equipo de comunicación se junto con los flamantes voceros de Batakis para la transición.
La nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, por ahora, está terminando de conformar su equipo (ya tiene al secretario de Comercio y al de Hacienda, ambos con pasado en la gestión sciolista) y terminando de definir su rumbo económico. El último miércoles hizo declaraciones que le valieron la primera crítica desde el cristinismo, cuando le puso paños fríos a la posibilidad de crear un Salario Básico Universal. "Batakis lo apoyaba cuando no era ministra y ahora no", le lanzó Juan Grabois.
La grieta del reemplazo
En la noche del domingo se dio la tan demorada conversación entre Alberto y Cristina. Fue una charla de media hora en la que abundaron los reproches y las acusaciones cruzadas, más que la búsqueda de soluciones. La escalada llegó a un punto muerto: Cristina insistía con Emmanuel Álvarez Agis como el sucesor de Guzmán, mientras que Alberto sostenía que ya lo habían tanteado y que era el economista quien tenía serias dudas sobre aceptar el convite. “Bueno, llamalo vos si no me creés”, dijo el Presidente, antes de cortar y quedar en volver a hablar luego. Esa versión CFK la confirmó cuando envió a un emisario a tantear al economista. Cristina, además, pensaba -y se lo dijo a Alberto cuando este le propuso a Batakis- que a la ahora flamante ministra le faltaba volumen político, espalda y conexiones.
La historia no vale sólo por la anécdota, sino por los interrogantes que plantea. Es que la vice no quiso imponer a Augusto Costa, Axel Kicillof o a Hernán Letcher, sus economistas de cabecera, sino a uno más cercano al mundo del establishment, que tiene entre sus clientes más cercanos a hombres como José Luis Manzano. Acá se abren las dudas. ¿Por qué no empujó por un ministro propio? La respuesta no puede ser la correlación de fuerzas dentro de la coalición: la autoridad presidencial está en pisos históricos, idea que admiten, con frustración, hasta los propios. ¿Cristina no quiere quedar pegada al rumbo económico, mientras que el oficialismo entra en su último cuarto de gestión?