Los primeros fueron una continuidad del último partido que se jugó en el Monumental: un Racing que quiso medir fuerzas y que se chocó contra un paredón, algo así como tirar con una pistolita de agua y que te devuelvan un tsunami. Un juego ya visto, que parecía indefectiblemente terminar en goleada. ¿Tal vez River se relajó por eso? ¿Tal vez se confió, pronosticó la frustración de la Academia y pensó que con el piloto automático desfilaba? Lo cierto es que se cayó, como si no hubiera salido a jugar el segundo tiempo.
Y del otro lado se vio un Racing que lo siguió intentando, sin un juego demasiado fluido, acaso por fuera de la idea sofisticada de su entrenador, pero con mentalidad y esperanza aún cuando el contexto lo tiraba para abajo. Y lo ganó (empató) de cabeza. No sólo literalmente, por los testazos de Copetti y Miranda: al menos por un día, Racing volvió a ser Racing Positivo.
El 2-2 fue poco menos que un exorcismo para Racing contra su bestia negra de los últimos tiempos. Y un espaldarazo para su deté, que estaba ante un desafío de inflexión para su gestión: salir a esperar a River y terminar sin nada le auguraba un futuro tormentoso; jugar con su idea, aún con la salida de Cardona por un voluntarioso Chancalay, era subir el riesgo a la goleada que pudo ser pero también jugársela a pasar esa rompiente de olas que representa River y pasar a una zona más calma para desarrollar sus premisas.
En todo caso, este domingo logró aprovechar una baja de tensión en su rival: Gallardo se habrá ido enojado porque desde la perspectiva riverplatense la responsabilidad de un empate con sabor a poco fue meramente propia. Incluso habrá quedado una sensación agridulce por lo que pareció un error no forzado causado por un problema en la comunicación: González Pirez ya estaba para salir cuando MG usó la segunda ventana de cambios y no reemplazó a su central. Así, le quedó un equipo de piernas algo cansadas para el final del juego, en un plan de partido que ya se había alterado de entrada con la salida de Pérez.
Desde lo futbolístico, una buena manera de explicar la guardia baja de River en la segunda mitad pudo haber pasado por Enzo Fernández: sin el Enzo mayor, EF se fue perdiendo y, al unísono, también empezó a bajar un De la Cruz que había hecho un excelente primer tiempo, con un Álvarez picante, con la claridad de siempre de Simón (el pase a DLC para el 2-0, imposible) y un Barco que empezó a demostrar por qué el club apostó tan fuerte por él con un golazo, con gambeta, sacrificio y vértigo.
Parecía demasiado para un Racing que torció lo que se veía predestinado: en un universo paralelo, la Academia ayer habrá perdido 4 ó 5 a 0. Pero nunca bajó los brazos, con Hauche como bandera y un esfuerzo casi conmovedor, y empató un partido que deberá ser un trampolín de despegue.